miércoles, 16 de abril de 2008

Un proyecto de autonomía

Algunos puntitos:
a. Noé: mil gracias por tu texto. Ojalá existieran miles de esos textos sobre cualquier cosa, de crítica, de construcción, de pensamiento para un lugar más participativo y disidente en filosofía. Ojalá se llenaran las asambleas, y los consejeros fuéramos los tipos más insultados y/o más requeridos. Creo que de eso se trata la democracia.
b. Para tod*s: lamentablemente el sistema de padrón electoral no va a funcionar, porque en Despacho dijeron que no tienen una función en el guaraní que les permita ver la historia académica de una materia. Un embole. Pero así son las cosas: la técnica por sobre demos, en muchos casos.
c. Hace un tiempo escribí un textito sobre los motivos para participar en las asambleas, que aquí abajo va: puede ir bien también para ver lo que entiendo en este asunto puntual de la selección de los veedores.
Aquí el texto:

La historia de la vida universitaria señala que la voz y el voto de los estudiantes se han marginalizado, limitado, excluido. En nombre, muchas veces, de jerarquías etarias, académicas o, simplemente, patriarcales. A ello, se opondrá una palabra: democracia. Una democracia que remite a sus orígenes, donde el “lugar vacío” que es su distinción, elimina cualquier certeza, cualquier trascendencia (ni rey, ni dios) donde buscar el poder. No hay nadie en quien depositar autoridad alguna, en tanto nada hay más allá de la pluralidad del propio demos.
Se trata, entonces, de pensar el cogobierno universitario como el conflicto entre la racionalidad que quita parte a los estudiantes, y la propia organización de los mismos para criticar el sistema educativo.
La democracia siempre está opuesta a los intereses partidarios (o del mercado, del amo, de la religión, del Estado) y es contradictoria con toda idea de representación: se puede ver en el azar con que se eligen l*s candidat*s a consejer*s entre l*s estudiantes de la Escuela, su completa equivalencia entre un*s y otr*s, la horizontalidad —como en la polis griega o en los consejos obreros húngaros— que es la expresión misma de una multiplicidad que coincide con la igualdad democrática.
En las asambleas de estudiantes de filosofía no hay formalidades, ni obligaciones ni tampoco, en muchos casos, decisiones. Ninguna voz vale más que otra, ninguna razón supera la del resto; y por esta inclusión radical, no hay violencia, pero —precisamente también por ello— tampoco paz. “Paz” siempre se ha pronunciado conjuntamente con la representación del orden (del discurso, de los cuerpos), y ha sido su fundamento —cuya imagen final es la de un desierto.
Fue, primeramente, la idea de una virtud oligárquica de algunos por sobre otros, lo que justificó en la modernidad la exclusión de las democracias directas, y determinó que la idea de una “democracia representativa” se transformara en una tautología. Sin embargo, se ha usado desde hace un tiempo —el tiempo de la medición, del control poblacional, de la mensura de los individuos— un argumento cuantitativo para imponer la idea de que sólo con el mandato, la transferencia de derechos y las decisiones de unos en nombre de otros, es posible un gobierno; podrá objetarse este argumento a la Escuela de Filosofía, de pocos alumnos en relación a otras escuelas (y facultades), que funciona —o que aspira a funcionar— entre los estudiantes con democracia directa. Tal argumento es sólo una forma más de intentar convencer sobre las presuntas bondades de la eficiencia y la apatía, evadiendo el problema de la representación, el conflicto y la felicidad de tratar abiertamente lo público. Y es cierto que no hay motivos verdaderos ni mejores que otros para la participación —como tampoco para la militancia—, pero tal vez las asambleas de estudiantes de filosofía puedan ser no un ejemplo, sino la posibilidad misma de una incesante autonomía, la experiencia inconsistente de la libertad.

Guillermo Vazquez

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